Your are a Cuban, don’t lose your accent

Por alexis - 24 feb 23 - Sin categoría - Comentarios desactivados

Don't lose your accentEl debate sobre la inmigración en Estados Unidos se centra a menudo en quién debería entrar a nuestro país. Algunos hasta arguyen que el multiculturalismo diluye nuestro carácter nacional, que la esencia misma de nuestro país está desapareciendo. Pero antes de subestimar el experimento estadounidense, los inmigrantes enaltecen nuestra cultura al introducirla a nuevas ideas, cocina y arte. También enriquecen el idioma inglés.

En la medida en que los recién venidos dominan una nueva lengua, nos prestan palabras de su léxico original. Por ejemplo, el idioma inglés, o quizás deberíamos llamarlo inglés estadounidense o “americano”, ha tomado prestado de otros idiomas el nombre de la comida que tantos de nosotros amamos. Los italianos nos dieron la pizza y el espagueti, y los préstamos taco, burrito y churros vienen del español.

Los inmigrantes chinos nos presentaron los chopsticks (palillos), mientras que al parecer la palabra kétchup, la salsa que le ponemos a los hot dogs, las hamburguesas y las papas fritas, deriva de una palabra china. Los inmigrantes irlandeses introdujeron al inglés estadounidense las palabras hooligan, phony (falso) y galore (montón), y del yiddish recibimos chutzpah (descaro) y schlep (viaje tedioso). Los términos diva, tornado y tycoon (magnate) también llegarón al “americano” de otras lenguas.

Todos los días se inventan una gran cantidad de palabras, al tiempo que las palabras viejas son desplazadas para hacerle espacio a las nuevas. Algunos préstamos tienen una vida breve; otros se convierten en parte esencial de nuestro hablar cotidiano. Su poder de permanencia suele depender del proceso de asimilación, del tiempo que un grupo tarda en entrar a la clase media y del vínculo que ese grupo mantiene con sus raíces.

El inglés “americano”, por supuesto, no solo tiene muchos préstamos de idiomas de lugares distantes. Hay palabras como kayak, chipmunk (ardilla), tobacco (tabaco) y hurricane (huracán) que se derivan de unas 300 lenguas indígenas habladas por las personas que vivían aquí mucho antes de que llegaran la mayoría de nuestros ancestros. Más de la mitad de los nombres de los estados de Estados Unidos tienen origen indígena. Pienso en la poeta Natalie Díaz, quien escribió:

Manhattan es una palabra lenope. Incluso un reloj debe ser una herida. Dale cuerda.

¿Cómo puede cambiar un siglo o un corazón si nadie pregunta a dónde han ido

todos los nativos?

Es probable que los padres fundadores de nuestra nación entenderían poco de lo que decimos hoy, dada la cantidad de adquisiciones nuevas que hacemos todo el tiempo. John Adams, nuestro segundo presidente, estaba convenido que era necesario tener una versión de la Academia Francesa, auspiciada por fondos federales, cuya misión sería salvaguardar la lengua de la gente para “no confundirla con la de los perros”. En 1780, Adams propuso una estrategia para fundar esa institución. Pero Thomas Jefferson, quien buscó proteger las lenguas indígenas y a quien atribuimos la inclusión de palabras como belittle (menospreciar) y pedicure en nuestro léxico, estaba en desacuerdo. Él creía que la lengua tiene sus propios mecanismos de sobrevivencia.

Adams, afortunadamente, estaba en el lado de la historia que perdió. El inglés “americano” es de, por y para la gente, y su salud depende de todos nosotros. Nosotros hacemos con él lo que queremos, o lo que sentimos, porque la lengua con frecuencia es definida por emociones intensas. Claro, hay autoridades dentro de cada lengua, entre ellos los padres, los educadores, los lexicógrafos y los diccionarios.

Cuando nuestro diccionario fundacional, el Diccionario americano de la lengua inglesa de Noah Webster, se publicó en 1828, solamente incluía 70.000 palabras. Para ser aceptadas en él, esas palabras necesitaban cumplir ciertos requisitos específicos. Con el paso de las décadas, se convirtió en el diccionario Merriam-Webster, una empresa comercial que contiene más de 15 millones de ejemplos de palabras. Es descriptivo en lugar de ser prescriptivo, como tienden a ser los diccionarios de otras lenguas. Esto quiere decir que el Merriam-Webster no nos dice cómo hablar. Al contrario: los hablantes nativos y los inmigrantes dictamos lo que debe contener el diccionario.

Como inmigrante mexicano, me asombra cómo, en su historia de 450 años, el inglés estadounidense sea tan elástico. Siempre se recalibra al aprender de su propio pasado. Es esencial que continúe haciéndolo. ¡No renuncies a tu acento! ¡No pierdas tu herencia verbal como inmigrante! Me encanta escuchar acentos, en particular de las personas que han aprendido el inglés “americano” sin perder los rasgos de su lengua materna.

Importa recalcar que hablar el inglés no siempre ha sido una opción para algunos de nosotros. A veces a los inmigrantes se les hace sentir que deben suprimir su lengua materna para poder pertenecer. A lo largo de la historia, los niños han sido disciplinados físicamente o discriminados por hablar su lengua nativa.

Hace poco escuché un episodio de “Where We Come From”, un programa del servicio de radiodifusión pública estadounidense, NPR, en el cual Emily Kwong, quien es tercera generación de inmigrantes chinos, habla de su anhelo de sentirse cómoda con su identidad china. Su padre habló mandarín hasta que entró al jardín de infancia, y entonces fue forzado a hablar en inglés. Él explicó cómo su necesidad de integración animó su deseo de hablar con fluidez el inglés, al grado que olvidó cómo hablar su lengua materna. En ese trayecto, la familia perdió parte de su herencia cultural.

Emily Dickinson pensaba que las palabras empiezan un ciclo de vida nuevo y discreto en el momento en que las pronunciamos. Aunque el inglés “americano” puede ser percibido como una amenaza a la sobrevivencia de otras culturas en el mundo, dentro de Estados Unidos es una fuerza que ayuda a que nos mantengamos unidos, incluso cuando las fuerzas ideológicas que nos separan van en dirección contraria. Los inmigrantes ayudan a revitalizar nuestra lengua multitudinaria.

El autor, Ilan Stavans, es profesor en el Amherst College y asesor del Oxford English Dictionary. Su nuevo libro es The People’s Tongue: Americans and the English language.

Fuente: The New York Times

https://www.nytimes.com/es/2023/02/22/espanol/opinion/ingles-idioma.html

 

English version

The immigration debate often centers on who should be welcomed into our country. Some even argue that multiculturalism dilutes our national character — that the very essence of the country is somehow vanishing. But far from undermining the American experiment, immigrants enhance our culture by introducing new ideas, cuisines and art. They also enrich the English language.

As newcomers master a new language, they lend words from their native lexicon to the rest of us. For example, the English language — or maybe we should just call it American — has borrowed from others to name the foods so many of us love. Italians gave us “pizza” and “spaghetti,” and we borrowed “taco,” “burrito” and “churro” from the Spanish language.

Chinese immigrants introduced us to chopsticks, while the ketchup we drown our hot dogs, burgers and fries in is believed to have derived from a Chinese word. Irish immigrants introduced us to “hooligan,” “phony” and “galore,” and from Yiddish we got the words “chutzpah” and “schlep.” The terms “diva,” “tornado” and “tycoon” came from other languages, too.

Scores of words are invented every day, and old words are pushed aside to make room for new ones. Some loans have a short life span; others become an essential part of our day to day. Their staying power can depend on the process of assimilation — the time it takes a group to enter the middle class and the connection that group retains to its origins.

Of course, American English hasn’t just borrowed heavily from those coming from distant shores. Words like “kayak,” “chipmunk,” “tobacco” and “hurricane” are derived from some of the roughly 300 Native American languages spoken by those who were here long before most of our ancestors arrived. More than half of America’s states owe their names to Native American origin. I think of the poet Natalie Diaz, who wrote:

Manhattan is a Lenape word.
Even a watch must be wound.
How can a century or a heart turn
if nobody asks, Where have all
the natives gone?

Our nation’s founders would likely understand little of what we say today, given the amount of fresh acquisitions we’re always making. John Adams, our second president, was convinced that American English required a federally funded version of L’Académie Française in order to safeguard the people’s tongue from “going to the dogs.” He proposed in 1780 a strategy to build one. But Thomas Jefferson, who sought to protect Native American languages and is credited with introducing words like “belittle” and “pedicure” into our lexicon, disagreed. He believed that a language has its own survival mechanisms.

Adams, fortunately, was on the losing side. American English is of, for and by the people, and its well-being depends on us. We do with it as we wish — or as we feel, since language is so often shaped by gut emotions. There are authorities within each language, of course, chief among them parents, educators, language scholars and dictionaries.

When our foundational dictionary, Noah Webster’s “An American Dictionary of the English Language,” first published in 1828, it included only 70,000 words. To be accepted into it, words must meet a specific criterion. Over time, it became Merriam-Webster, a commercial lexicon that now contains over 15 million examples of words. It is descriptive rather than prescriptive, as dictionaries in other languages might be. That is, Merriam-Webster doesn’t tell us how to speak. It’s the other way around: Native speakers and immigrants alike dictate what the dictionary should contain.

A Mexican immigrant, I am constantly amazed by how, in its 450-year history, American English has become stunningly elastic. It has recalibrated itself by learning from the past. It is essential that it continue to do so. Don’t give up your accent! Don’t lose your immigrant verbal heritage! As an immigrant, I find joy in hearing accents, particularly those by people who have mastered American English yet retain a beautiful trace of their native tongue.

It’s important to note that speaking English hasn’t always been a choice for some. Immigrants are sometimes made to feel that they have to suppress their language in order to belong. Throughout history, children have been physically disciplined or discriminated against for speaking their native language.

I recently stumbled on an episode of NPR’s “Where We Come From,” in which Emily Kwong, a third-generation Chinese American, discusses her quest to become comfortable with her Chinese self. Her father spoke Mandarin until he entered kindergarten, at which point he was forced to speak English. He explained how his need to integrate fueled his desire to become fluent, and he forgot how to speak his native tongue. In the process, his family lost an important part of their cultural heritage.

Emily Dickinson thought that words start a new, discrete cycle of life the moment they are uttered. While American English can be perceived as a threat to the survival of other cultures around the world, in our country it is a force that helps to bind us together, even as ideological polarization pulls the other way. Immigrants help us reinvigorate our multitudinous language.

 

Source: The New York Times

https://www.nytimes.com/2023/02/21/opinion/english-immigrants-language.html